Desde hace un tiempo vengo
reflexionando sobre estas cuestiones de los concursos de belleza.
Lo que he de decir, seguro no será del
todo simpático y seguramente, no necesariamente tiene que serlo por
el tipo de tema a tratar, más hemos de reflexionar por encima de
nuestros pareceres personales y conveniencias egoístas, por el bien
y en pos de todos.
Lo voy a plantear de esta forma:
Imaginemos.
Digamos que en una sociedad supuesta,
hay a quienes les va bien por como lucen, por como se ven, porque
tienen ciertas medidas, cierta altura, ciertas curvas, cierto pelo,
etc., y logran así los mejores trabajos, las mejores oportunidades y
digamos que, en esta supuesta sociedad, hay quienes no tienen las
mismas oportunidades por la misma razón, simplemente por su aspecto
físico, digamos que a priori, sus oportunidades se ven mermadas por
ciertos prejuicios socialmente e incluso inconscientemente aceptados.
Digamos ahora, que dichas personas, se
esconden de sí mismas y de los demás, en la playa, por ejemplo, con
mayas especiales, o tras sus ropas y desde luego tienen que realizar
un esfuerzo extra frente al espejo para contemplarse y aceptarse al
desnudo. Que les parece este tipo de manifestación social, en
nuestra supuesta sociedad, suena mal o suena bien?
Ahora bien, si traspolamos estas
manifestaciones sociales, de nuestra supuesta sociedad a los
“Concursos de Belleza” veremos que no son diferentes, que por la
sencilla razón de lucir “bien”, simplemente por como se ven, se
lleva el premio, los aplausos y las felicitaciones, es decir, la
misma esencia del evento es premiar por la apariencia y no por los
logros personales o sociales. La pregunta surge casi sin querer, que
fue primero, el huevo o la gallina, será pues que nuestra estética
nos afecta y vulnera de forma natural o será que, mediante
parámetros estéticos determinados, nos sentimos obligados a cumplir
con ellos?
No quisiera salvar ninguna distancia
entre una situación y la otra, no hay muchas distancias que salvar
en realidad y es que en cada evento popular se muestran los valores
acuñados, generación tras generación y que, como es de esperar,
estos valores regulan la vida diaria de todos nosotros, nuestros
pensamientos, emociones y actitudes.
Todo “Concurso de belleza” es un
ACTO DISCRIMINATORIO SOCIALMENTE ACEPTADO y convertido en una fiesta,
una burla a la dignidad de la Mujer y del Hombre, una tergiversación
de los valores esenciales como el respeto hacia sí mismo y los
demás, entregados a una juventud sedienta de orientaciones reales y
con proyección en el tiempo, para su felicidad. No todos somos
iguales, no todos podemos tener “medidas perfectas”y “lucir
ideales’’ pero a esta desigualdad hay dos formas de tratarla: Una
es respetándola y aceptándola como tal y la otra es exponiéndola y
premiándola o castigándola según el estándar estético de la
época y el lugar.
En una sociedad que busca la igualdad
de oportunidades esto es un contrasentido un equivocadísimo mensaje
hacia los jóvenes de que lo “lindo” tiene derechos como a un
viaje gratis a través de un premio otorgado o pensar que la vida le
sonríe por ejemplo y lo “feo’’ carece del derecho a viajar
gratis o sentir que también la vida le sonríe. Es una presión
constante hacia quién busca la aceptación de su propia vida en los
ojos de los demás, en los juicios de los demás a través de su
apariencia. Es desde aquí, desde este tipo de prácticas socialmente
aceptadas a donde se llegan a un sinfín de manifestaciones de
complejos personales, dietas extremas, operaciones sin sentido más
impulsadas por una necesidad personal de sentirse aceptado y
aceptarse frente al espejo. Tal vez nunca responderemos que fue
primero, el huevo o la gallina, pero creo que muchas dolencias del
ser humano tienen un principio y radica en las comparaciones
excluyentes que una sociedad hace con los suyos.
ESTOS EVENTOS, ESTOS CONCURSOS, SON LA
RAÍZ DE DIVERSAS MANIFESTACIONES DE BULLYING
Me puede gustar o no el cuerpo de mi
semejante y esto debe ser de estricto ámbito personal pues toda
belleza del paisaje depende de los ojos que lo miran, pero cuando
hacemos de estas preferencias personales un evento social que marca
un modelo rígido de apariencia entonces trasgredimos límites
peligrosos.
No podemos disfrazar más, como
sociedad, aspectos tan sensibles como la autoestima de una persona
que por su cuerpo no merece un reconocimiento social, de su
existencia.
Es muy difícil que un individuo se
sienta pleno en la vida si el resto no lo trata como tal, como
individuo y no como alguien que “debe parecerse para ser” o “de
ser para parecerse”, es mucha presión social como para poder “ser,
sin sentir necesidad de parecer”.
ESTOS CONCURSOS SON CRUELES
Crueles por fomentar el narcisismo para
unos y la baja autoestima para otros.
Crueles por exponer a la Mujer y al
Hombre al juicio público de su cuerpo denigrando su condición
femenina y masculina, transformando su femineidad y masculinidad en
mercancía y diversión.
Crueles porque veo que nuestros jóvenes
hijos son obligados, arrastrados, empujados y aplastados, por una
sociedad, que los mira con prejuicios y exige en unos cuerpos una
perfección de la cual, la propia sociedad carece.
Crueles porque hay quienes lucran, con
nuestras sagradas y respetables diferencias, exponiéndonos y
comparándonos unos con otros, haciendo de la inseguridad natural del
Hombre y la Mujer jóven, un negocio.
Crueles porque fijan en quienes pueden
participar y ganar y en quienes no pueden siquiera hacerlo, un muy
real sentimiento, pero equivocado, en sus valores de triunfo o de
fracaso, de aceptación o de rechazo.
SOMOS DIFERENTES, TENEMOS QUE ACEPTARLO
Hay quienes bregan día a día por la
igualdad, quienes afirman a través de la intención que somos
iguales, más esto no es verdad, NO SOMOS IGUALES y solo
comprendiendo esto, paradójicamente, podremos ver al otro como
igual, en los derechos y no a través de una igualdad exigida y
forjada en una apariencia o las capacidades naturales y personales.
Mientras destinamos la vida intentando parecernos a un imaginario de
perfección, perdemos el respeto por nosotros mismos y por los demás.
Muchos de nosotros creímos un día que
la belleza era cuestión de juicios parciales, que en la apariencia
se definía nuestra felicidad en la vida y aquí viene lo peor,
nuestros jóvenes lo están creyendo también. Seguramente llegó la
hora de aceptar y decirles que nosotros, sus referentes, nos
equivocamos y va llegando la hora de cambiar ciertos paradigmas
sociales, volvernos más amorosos y menos mezquinos, que el sublema
de la vida “ser lindo para ser exitoso” NO ES REAL, LO HICIMOS
REAL.
ESTE TIPO DE EVENTOS NO ENALTECE A LA
BELLEZA, LA CONDICIONA, LA LIMITA, LA DESFIGURA, BÁSICAMENTE, LA
EXCLUYE
Dejemos, como adultos, a los jóvenes
en paz. Siento que ya no debemos engañarlos más utilizando sus
necesidades de aceptación de sí mismos en su contra y en beneficio
de ciertos intereses egoístas, de terceros y hasta paternales,
quienes buscan satisfacción personal a través de sus hijos,
exponiéndolos al juicio público. Cuando vemos a los niños
exponiendo su inocencia sin que ellos comprendan lo que está
sucediendo, cuando realizamos comparaciones desatinadas entre ellos,
cuando los obligamos a competir con otros niños inocentes y otros no
logran entender el porque no pueden participar de la fiesta más que
desde la silla del espectador, cuando un infante recibe aplausos,
felicitaciones, regalos y otros no simplemente por su apariencia,
podemos nosotros entender el porque suceden tantos desastres en
nuestros jóvenes, siempre presionados hasta su límite emocional por
conseguir una baratija de premio o reconocimiento a cambio de
faltarse el respeto a sí mismo y con el devenir del tiempo, a sus
propios compañeros.
Somos así porque así hemos aprendido
a ser y conforme esta afirmación nos libra de la culpa del erróneo
comportamiento “antisocial” de dichos concursos, también nos
condiciona y nos compromete a futuros cambios de costumbres sociales
que comprometen seriamente valores tan necesarios como el respeto y
aceptación de la persona, cualquiera sea su estética, hacia sí
misma y hacia los demás.
No pretendo ser juez o verdugo de
quienes fomentan este tipo de espectáculos, casi que apológicos de
la discriminación social, solo me pregunto como ciudadano y como
padre si a través de ellos lograremos como sociedad cristalizar un
sentimiento de respeto, primero por nosotros mismos, cambiar la forma
en que tratamos la femineidad y la masculinidad de nuestras mujeres y
varones y si en un futuro nuestros hijos se sentirán aceptados y
aceptarán a otros libres de prejuicios y formarán en sus espíritus
una manifestación social más cooperativa que competitiva.
Cuidado con los valores humanos
implícitos dentro de las manifestaciones sociales popularmente
aceptadas, éstos son los que, a lo largo de la historia de la
humanidad han influenciado al hombre casi sin darse cuenta,
llevándolo, muchas veces a una polaridad y un individualismo muy
marcado en tendencias religiosas, étnicas y estéticas.
Somos seres culturales, es decir,
aquellos que se cultivan y son cultivables y lo que cultive cada
sociedad para cada uno de sus integrantes será fundamental para
lograr el éxito en la vida, que involucra el hecho de sentirse
cómodo con su existencia, en una sociedad que lo respeta y lo valora
por algo más que su apariencia. Si ha de haber un cambio, no está
en manos de los jóvenes el hacerlo, ese cambio debe de realizarse a
partir de quienes les proponemos un estilo de vida, ciertos valores
básicos de respeto por quienes tienen a su lado y más allá de los
gustos personales, LEGÍTIMOS Y VALIOSOS, comprender que cuando
alguien, por su apariencia queda excluido de ciertos eventos
sociales, es un tipo de crueldad que no debería ser tomada a la
ligera y menos realizar una fiesta con ella.
Nuestras mujeres y nuestros varones
merecen, por derecho humano, respetarse, aceptarse y amarse a sí
mismos como a los demás. Démosles pues, una oportunidad.
PABLO CESTARO. C.I. 2.667.314-8
COLONIA, TARARIRAS.