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16 octubre 2016

CONCURSOS DE BELLEZA DE NIÑOS, JÓVENES Y ADULTOS, ELECCIONES DE REINAS, MISES Y OTRAS YERBAS

Desde hace un tiempo vengo reflexionando sobre estas cuestiones de los concursos de belleza.
Lo que he de decir, seguro no será del todo simpático y seguramente, no necesariamente tiene que serlo por el tipo de tema a tratar, más hemos de reflexionar por encima de nuestros pareceres personales y conveniencias egoístas, por el bien y en pos de todos.
Lo voy a plantear de esta forma: Imaginemos.

Digamos que en una sociedad supuesta, hay a quienes les va bien por como lucen, por como se ven, porque tienen ciertas medidas, cierta altura, ciertas curvas, cierto pelo, etc., y logran así los mejores trabajos, las mejores oportunidades y digamos que, en esta supuesta sociedad, hay quienes no tienen las mismas oportunidades por la misma razón, simplemente por su aspecto físico, digamos que a priori, sus oportunidades se ven mermadas por ciertos prejuicios socialmente e incluso inconscientemente aceptados.
Digamos ahora, que dichas personas, se esconden de sí mismas y de los demás, en la playa, por ejemplo, con mayas especiales, o tras sus ropas y desde luego tienen que realizar un esfuerzo extra frente al espejo para contemplarse y aceptarse al desnudo. Que les parece este tipo de manifestación social, en nuestra supuesta sociedad, suena mal o suena bien?

Ahora bien, si traspolamos estas manifestaciones sociales, de nuestra supuesta sociedad a los “Concursos de Belleza” veremos que no son diferentes, que por la sencilla razón de lucir “bien”, simplemente por como se ven, se lleva el premio, los aplausos y las felicitaciones, es decir, la misma esencia del evento es premiar por la apariencia y no por los logros personales o sociales. La pregunta surge casi sin querer, que fue primero, el huevo o la gallina, será pues que nuestra estética nos afecta y vulnera de forma natural o será que, mediante parámetros estéticos determinados, nos sentimos obligados a cumplir con ellos?

No quisiera salvar ninguna distancia entre una situación y la otra, no hay muchas distancias que salvar en realidad y es que en cada evento popular se muestran los valores acuñados, generación tras generación y que, como es de esperar, estos valores regulan la vida diaria de todos nosotros, nuestros pensamientos, emociones y actitudes.

Todo “Concurso de belleza” es un ACTO DISCRIMINATORIO SOCIALMENTE ACEPTADO y convertido en una fiesta, una burla a la dignidad de la Mujer y del Hombre, una tergiversación de los valores esenciales como el respeto hacia sí mismo y los demás, entregados a una juventud sedienta de orientaciones reales y con proyección en el tiempo, para su felicidad. No todos somos iguales, no todos podemos tener “medidas perfectas”y “lucir ideales’’ pero a esta desigualdad hay dos formas de tratarla: Una es respetándola y aceptándola como tal y la otra es exponiéndola y premiándola o castigándola según el estándar estético de la época y el lugar.

En una sociedad que busca la igualdad de oportunidades esto es un contrasentido un equivocadísimo mensaje hacia los jóvenes de que lo “lindo” tiene derechos como a un viaje gratis a través de un premio otorgado o pensar que la vida le sonríe por ejemplo y lo “feo’’ carece del derecho a viajar gratis o sentir que también la vida le sonríe. Es una presión constante hacia quién busca la aceptación de su propia vida en los ojos de los demás, en los juicios de los demás a través de su apariencia. Es desde aquí, desde este tipo de prácticas socialmente aceptadas a donde se llegan a un sinfín de manifestaciones de complejos personales, dietas extremas, operaciones sin sentido más impulsadas por una necesidad personal de sentirse aceptado y aceptarse frente al espejo. Tal vez nunca responderemos que fue primero, el huevo o la gallina, pero creo que muchas dolencias del ser humano tienen un principio y radica en las comparaciones excluyentes que una sociedad hace con los suyos.

ESTOS EVENTOS, ESTOS CONCURSOS, SON LA RAÍZ DE DIVERSAS MANIFESTACIONES DE BULLYING
Me puede gustar o no el cuerpo de mi semejante y esto debe ser de estricto ámbito personal pues toda belleza del paisaje depende de los ojos que lo miran, pero cuando hacemos de estas preferencias personales un evento social que marca un modelo rígido de apariencia entonces trasgredimos límites peligrosos.
No podemos disfrazar más, como sociedad, aspectos tan sensibles como la autoestima de una persona que por su cuerpo no merece un reconocimiento social, de su existencia.
Es muy difícil que un individuo se sienta pleno en la vida si el resto no lo trata como tal, como individuo y no como alguien que “debe parecerse para ser” o “de ser para parecerse”, es mucha presión social como para poder “ser, sin sentir necesidad de parecer”.

ESTOS CONCURSOS SON CRUELES

Crueles por fomentar el narcisismo para unos y la baja autoestima para otros.
Crueles por exponer a la Mujer y al Hombre al juicio público de su cuerpo denigrando su condición femenina y masculina, transformando su femineidad y masculinidad en mercancía y diversión.
Crueles porque veo que nuestros jóvenes hijos son obligados, arrastrados, empujados y aplastados, por una sociedad, que los mira con prejuicios y exige en unos cuerpos una perfección de la cual, la propia sociedad carece.
Crueles porque hay quienes lucran, con nuestras sagradas y respetables diferencias, exponiéndonos y comparándonos unos con otros, haciendo de la inseguridad natural del Hombre y la Mujer jóven, un negocio.
Crueles porque fijan en quienes pueden participar y ganar y en quienes no pueden siquiera hacerlo, un muy real sentimiento, pero equivocado, en sus valores de triunfo o de fracaso, de aceptación o de rechazo.

SOMOS DIFERENTES, TENEMOS QUE ACEPTARLO

Hay quienes bregan día a día por la igualdad, quienes afirman a través de la intención que somos iguales, más esto no es verdad, NO SOMOS IGUALES y solo comprendiendo esto, paradójicamente, podremos ver al otro como igual, en los derechos y no a través de una igualdad exigida y forjada en una apariencia o las capacidades naturales y personales. Mientras destinamos la vida intentando parecernos a un imaginario de perfección, perdemos el respeto por nosotros mismos y por los demás.

Muchos de nosotros creímos un día que la belleza era cuestión de juicios parciales, que en la apariencia se definía nuestra felicidad en la vida y aquí viene lo peor, nuestros jóvenes lo están creyendo también. Seguramente llegó la hora de aceptar y decirles que nosotros, sus referentes, nos equivocamos y va llegando la hora de cambiar ciertos paradigmas sociales, volvernos más amorosos y menos mezquinos, que el sublema de la vida “ser lindo para ser exitoso” NO ES REAL, LO HICIMOS REAL.

ESTE TIPO DE EVENTOS NO ENALTECE A LA BELLEZA, LA CONDICIONA, LA LIMITA, LA DESFIGURA, BÁSICAMENTE, LA EXCLUYE

Dejemos, como adultos, a los jóvenes en paz. Siento que ya no debemos engañarlos más utilizando sus necesidades de aceptación de sí mismos en su contra y en beneficio de ciertos intereses egoístas, de terceros y hasta paternales, quienes buscan satisfacción personal a través de sus hijos, exponiéndolos al juicio público. Cuando vemos a los niños exponiendo su inocencia sin que ellos comprendan lo que está sucediendo, cuando realizamos comparaciones desatinadas entre ellos, cuando los obligamos a competir con otros niños inocentes y otros no logran entender el porque no pueden participar de la fiesta más que desde la silla del espectador, cuando un infante recibe aplausos, felicitaciones, regalos y otros no simplemente por su apariencia, podemos nosotros entender el porque suceden tantos desastres en nuestros jóvenes, siempre presionados hasta su límite emocional por conseguir una baratija de premio o reconocimiento a cambio de faltarse el respeto a sí mismo y con el devenir del tiempo, a sus propios compañeros.

Somos así porque así hemos aprendido a ser y conforme esta afirmación nos libra de la culpa del erróneo comportamiento “antisocial” de dichos concursos, también nos condiciona y nos compromete a futuros cambios de costumbres sociales que comprometen seriamente valores tan necesarios como el respeto y aceptación de la persona, cualquiera sea su estética, hacia sí misma y hacia los demás.

No pretendo ser juez o verdugo de quienes fomentan este tipo de espectáculos, casi que apológicos de la discriminación social, solo me pregunto como ciudadano y como padre si a través de ellos lograremos como sociedad cristalizar un sentimiento de respeto, primero por nosotros mismos, cambiar la forma en que tratamos la femineidad y la masculinidad de nuestras mujeres y varones y si en un futuro nuestros hijos se sentirán aceptados y aceptarán a otros libres de prejuicios y formarán en sus espíritus una manifestación social más cooperativa que competitiva.

Cuidado con los valores humanos implícitos dentro de las manifestaciones sociales popularmente aceptadas, éstos son los que, a lo largo de la historia de la humanidad han influenciado al hombre casi sin darse cuenta, llevándolo, muchas veces a una polaridad y un individualismo muy marcado en tendencias religiosas, étnicas y estéticas.

Somos seres culturales, es decir, aquellos que se cultivan y son cultivables y lo que cultive cada sociedad para cada uno de sus integrantes será fundamental para lograr el éxito en la vida, que involucra el hecho de sentirse cómodo con su existencia, en una sociedad que lo respeta y lo valora por algo más que su apariencia. Si ha de haber un cambio, no está en manos de los jóvenes el hacerlo, ese cambio debe de realizarse a partir de quienes les proponemos un estilo de vida, ciertos valores básicos de respeto por quienes tienen a su lado y más allá de los gustos personales, LEGÍTIMOS Y VALIOSOS, comprender que cuando alguien, por su apariencia queda excluido de ciertos eventos sociales, es un tipo de crueldad que no debería ser tomada a la ligera y menos realizar una fiesta con ella.

Nuestras mujeres y nuestros varones merecen, por derecho humano, respetarse, aceptarse y amarse a sí mismos como a los demás. Démosles pues, una oportunidad.

PABLO CESTARO. C.I. 2.667.314-8
COLONIA, TARARIRAS.

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