Por Martín Fleitas González
C.I. 4.556.707-5
La “justicia” suele ser un término problemático, difícilmente se haya alcanzado alguna vez consenso sobre su significado. En algunas ocasiones se la entiende como una propiedad de los Estados de derecho, otras como propiedad de criterios distributivos y retributivos, y a veces como una entidad que dota de sentido las acciones de nuestras biografías. No así, esta problemática acepción no ofrece resistencia alguna para aquellos que desean llevarla delante de forma notablemente distorsionada con sus manos, palos y piedras, como parece estar aconteciendo en la ciudad de Tarariras.
Tras aquel lamentable suceso en el cual Nicolás González perdió su vida al ser embestido por un automóvil, Facundo Passeggi realizó a través de Facebook una reflexión de buen alcance, aludiendo a la difícil definición de las responsabilidades: ¿acaso es único responsable el conductor del automóvil por girar donde no debía en la madrugada? ¿O por otro lado deberíamos preguntarnos también por el hecho de qué es lo que estaba haciendo un adolescente sin casco y en posesión de una motocicleta no autorizada legalmente dada su edad? Esta reflexión que llevó a Passeggi a preguntar sobre la responsabilidad de los mayores que estaban a cargo del adolescente no ocultó en ningún momento la penosa tragedia, y en virtud de ello es que nos sugiere aprehender algo acerca de nuestra responsabilidad frente a las generaciones más jóvenes.
Sin embargo, en lugar de aprehender de estas reflexiones Passeggi resultó ser víctima de una protesta que embanderaba algo así como una reivindicación pseudo-moral reprobatoria a sus reflexiones. La turba abucheó e insultó violentamente a Passeggi en la estación “Petrobras” de Tarariras, lugar en el cual había alcanzado un contrato laboral de confianza con una retribución económica que cambiaría radicalmente su calidad de vida. Lamentablemente tras el linche de la protesta, Passeggi fue despedido abusivamente de aquel empleo que había conseguido hacía apenas tres semanas, e inmediatamente después también fue expulsado de su residencia temporal, debido a la carencia de dinero y empleo, dejándolo en la calle. Finalmente, en lugar de iniciar una demanda contra aquellos que le
han generado daños y perjuicios serios, Facundo ha decidido marcharse de Tarariras. Esto me avergüenza enormemente: una turba que poco se diferencia de un grupo neo-nazi que agrede a todo aquel que piense distinto, una sociedad tararirense y oficiales de policía que tan sólo miran el quehacer de esta última, y una alcaldesa que en ningún momento ha decidido intervenir a pesar de su autoridad y responsabilidad civil, constituyen un conjunto de faltas que cuestionan los niveles de responsabilidad cívica en Tarariras.
Para ilustrar la barbarie de esta falta moral y cívica estimado lector, imagine usted que se encuentra frente a un ingenuo skinhead que cree firmemente acerca de la inexistencia del genocidio judío. Dígame ¿acaso lo abuchearía y le lanzaría piedras por pensar distinto? Temiendo a su respuesta me adelanto a decir que no es una conducta adecuada, puesto que en nuestro país existe la libertad de expresión –Art. 4° de nuestra Constitución. Aún así, tal derecho fue violado impunemente por esta turba, lo cual revive el gran temor experimentado por Freud, Einstein, Brecht y otros respecto de las masas irracionales que demandan reparos una vez que las vías judiciales se agotan, deflacionando con ello la civilidad. Ante ello, estimado lector, espero que no se haya usted aprendido como un cuentito milenario aquella tragedia en la cual los griegos castigan a beber cicuta a aquel que continuamente les hacía ver sus faltas morales y civiles a través de reflexiones semejantes a las de Passeggi. Desde esta perspectiva, tanto esta turba como la impunidad que ha adquirido social e institucionalmente por Tarariras han forjado un “destierro social”, moral, e incluso jurídico para Passeggi.
Naturalmente, esto me expone a linches semejantes dada la impunidad de la “dictadura intelectual” de esta turba “justiciera”, por lo que agradezco especialmente a la editorial de este Diario Digital la publicación de estas reflexiones que no pretenden representarle. Pero por el contrario no dejo de esperar y exigir más de ustedes, estimados lectores. Siempre mantengo la expectativa de que los demás cumplan con sus deberes, y en este caso, con sus deberes cívicos, pues aún abrigo la esperanza de que más de 2000 años de progreso jurídico y educación moral y cívica no hayan sido en vano. En virtud de ello es que en la extrema indignación he redactado este artículo: para denunciar sus repetidas faltas morales y civiles para con uno de sus ciudadanos sin la necesidad de dirigirme a ustedes como Profesor, doblemente Licenciado, Maestrando e investigador bachiller de la Universidad de la República, sino en especial como amigo de Facundo.