Hace unos días, durante un encuentro de padres en el lugar donde mi hijo pasa cuatro horas de esparcimiento entre compañeros y responsables encargados, en un jardín de infantes conocido de esta ciudad, me entero de que, con motivo de la celebración de la tradicional “Fiesta de la Primavera”, se realizará un concurso de “Belleza” para niños, en donde se elegirá “Miss Pimpollo” y “Mr. Junior”.
Por supuesto no dudo de las buenas intensiones de los patrocinadores de dicho evento, pero como ya lo dijera Goethe con acertadas palabras y luego corroborado en la vida práctica “…De buenas intenciones está empedrado el camino al infierno…” Con respecto a esto quiero hacer constar mi desacuerdo con dicho evento, esgrimiendo la razón y el sentido común como argumento.
En primer lugar para los niños la belleza se traduce en acciones y no pasa por el color del pelo, ojos, altura o color de piel. Ellos no entienden los parámetros con los cuales los adultos los evalúan, generando así una falsa autoimagen de lindo o de feo que nada tiene que ver con lo que realmente son, niños inocentes con ganas de compartir y de competir, sí, pero a su nivel, en el marco mesurado de sus valores, de los cuales deberían ser ejemplo para nosotros los adultos, más pendientes de las apariencias, de las formas, que de los contenidos.
Es necesario que como adultos cuidemos, valoremos y revaloricemos la belleza real, la espontánea, aquella belleza que no necesita de poses, ropa o maquillaje, la belleza que solo un niño puede expresar y que como adultos no tenemos el derecho, ni estamos capacitados para juzgar.
Pido encarecidamente no llevar a nivel de competencia de adultos, la niñez, tan rica e inocente, simplemente como cualquier padre para el deleite egoísta de un mundo que los somete a brutales comparaciones injustas y desatinadas.
Aprendamos a mirar la vida desde el punto de vista de un niño, en donde lo alto y lo bajo, lo claro y lo oscuro son simples formas amigas, libres de prejuicios, con los cuales jugar y disfrutar.
Lo digo como padre responsable de tres niños que desde su joven edad ya comienzan a sentir el peso de las comparaciones sobre sus hombros, y no quiero que un tercero los evalúe y juzgue sin conocerlos y determine que él es mejor o peor, más lindo o más feo que otro niño, su compañero de juego, simplemente por lo que ve.
Estamos carentes de valores, nuestra sociedad está en rojo. Nos quedan las nuevas generaciones, y si algo les vamos a heredar, que no sea una visión cruel del mundo, “porque el mundo no es así”, él es como lo hacemos.
Atentamente,
Pablo Cestaro
C. I. 2.667.314-8
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