Mi mujer piensa que está fea, gorda y
desalineada.
Ella dice, que su ropa huele a leche
materna y que sus pechos se están cayendo por el peso de su amoroso
contenido.
Ella se siente un poco triste, siente
que perdió el encanto de mujer, que ya no la veo como antes.
Lo que ella ignora es lo que veo cuando
la admiro.
Lo que veo es a mi mujer,a la madre de
nuestros hijos,con sus senos tan hinchados de leche, que desbordan
con solo sentir el llanto de Isabella.
Lo que no sabe es que espero mi turno
para tocarla, luego que los niños se duermen, si es que no me duermo
primero, mientras ella vela sus sueños.
Veo una ropa gastada, por el uso, en
los quehaceres del hogar, que esconde una hermosa piel tentadora.
Veo unas manos dobladas y una espalda
cansada de levantar a sus hijos, cada vez que lo piden, sin importar
si es de día o si es de noche, de lavar, de tender, de llevar, de
traer, de compartir la cama de dos, con cuatro.
Veo sus ganas de ser mamá y de ser
mujer,de querer criar y también gustar, de salir, trabajar y crecer.
Veo como lava el piso y la ropa,como
pierde el cabello de tanto amamantar, de no dormir y a veces... de
llorar.
A veces se esconde y se avergüenza de
su lugar.
Veo en sus ojos y allí estamos.
Ella cree que cuando la miro, la
comparo y se compara.
Y ella debe saber, que yo no podría
enamorarme de una mujer, si no viera lo que en ella veo, sus mimos de
madre, sus caricias de mujer, y a nosotros en su mirada.
Pablo Cestaro
2.667.314-8