El 19 de abril de 1825, se producía el
hecho histórico que se conoce como el Desembarco de los Treinta y
Tres Orientales. ¿Orientales? Sí, entre otros. ¿Patriotas? No,
porque la Patria no existía y empezaba recién a perfilarse como una
realidad a la que todavía faltarían algunos años y varios
acontecimientos para concretarse.
Integraban el grupo de a pie y mal
armado, no sólo orientales, sino también paraguayos, argentinos y
negros liberados de la esclavitud.
Era el comienzo del levantamiento
oriental contra los ocupantes que desde 1820 dominaban el territorio
de la actual República Oriental del Uruguay, primero los portugueses
y desde 1823 los brasileños con el gobernador brasileño Carlos
Federico Lecor.
Los líderes de lo que sería la
Cruzada Libertadora, se reunían en diferentes saladeros como el
arrendado por Lavalleja en Buenos Aires y el de Trápani en la
Ensenada de Barragán. Asimismo, se constituyó una comisión
encargada de recolectar dinero y pertrechos bélicos. Numerosos
estancieros y comerciantes colaboraron, muchos con la intención de
asentarse en nuestro suelo. El gobierno de Buenos Aires oficialmente
adoptó una posición de neutralidad, aunque en la práctica toleró
y cooperó con los planes revolucionarios.
Luego de culminados los preparativos,
un primer grupo de expedicionarios, según Juan Spikerman, se
embarcó en las costas de San Isidro el 1 de abril de 1825,
comandados por Manuel Oribe. Este grupo desembarcó y acampó en una
isla formada por un ramal del río Paraná, llamada “Brazo Largo”.
El segundo grupo, comandado por Juan
A. Lavalleja, partió después y fue demorado por un fuerte temporal,
por lo que los dos contingentes se reunieron el 15 de abril. Desde
Brazo Largo navegaron por el río Uruguay en la noche del 18, luego
de sortear las naves de patrulla brasileñas.
Al amanecer del 19 de abril
desembarcaron, según la tradición, en la playa de La Agraciada, en
el actual departamento de Soriano.
Luego de desembarcar, Lavalleja con el
resto del grupo, pronunció el célebre juramento de liberar la
Patria o morir en el intento, enarbolando la bandera tricolor, con la
leyenda central de “Libertad o Muerte”.
Vendrían luego los caballos, las
adhesiones, el Abrazo del Monzón, el engrosamiento de la débil
columna, los primeros triunfos por las armas, hasta culminar en la
Asamblea de la Florida y más allá aún, el 4 de octubre de 1828,
cuando como resultado de la Convención Preliminar de Paz del mes de
agosto, se firma en Montevideo el tratado que consagra la
independencia de la República Oriental del Uruguay.
Todos estos acontecimientos conocidos,
estudiados y revisados, son parte vital de nuestra historia.
Pero la pausa para la reflexión en
cada una de nuestras fechas patrias, debe ser algo más que la simple
recordación.
Este homenaje a nuestro pasado nos
encuentra inmersos en un presente muy difícil. Quizás como jamás
nos había tocado antes como nación.
El repaso de nuestra historia y la
veneración de aquellos héroes, puede servirnos como cimiento para
desarrollar las fortalezas que el momento requiere. Aquellos hombres
que con mínimos recursos se lanzaron a desafiar a un imperio, deben
inspirarnos para sacar fuerzas en este período de prueba en que nos
encontramos.
El valor, la audacia, la generosidad
para una lucha desigual y el entusiasmo de la esperanza en el triunfo
final, deben convertirse hoy en coraje para afrontar la crisis; en
solidaridad para que no quede atrás ninguno de los nuestros; unidad
para hacernos fuertes ante las exigencias y desafíos de cada día; y
sobre todo, esperanza de que juntos podremos salir adelante.
Si logramos pensar en esto y actuar en
consecuencia, haremos que este 19 de abril sea algo más que un día
marcado en rojo en los almanaques.
Muchas gracias.
Raddy Leizagoyen por Club de Leones
de Colonia Suiza.