Agregamos a partir de hoy distintas
anécdotas de la maestra/profesora y luego remisera Sra. Raquel Oudrí
de Allio. Éstas mismas fueron publicadas anteriormente en Periódico
Verdad, así que quien las haya leído puede volver a revivir esos
momentos de Raquel y para quien no las conozca seguramente se quedará
con las ganas de leer más, pero para esto habrá que esperar a que
sea editado su libro.
Hoy les dejamos a nuestros lectores la
presentación de sus historias como remisera.
En 1991, luego de ejercer como maestra
y profesora 10 años y haber dado clases en mi casa 3 años más,
decidí junto a mi familia, hacer algo por mi cuenta y contar con más
tiempo para estar junto a mis 3 hijos. Tenía un OPEL Ascona negro
con algunos años y decidí que sería ideal para ponerlo a
disposición de la gente.
Me llevó un año el trámite y cuando
en enero del '92 comencé con el remise ya tenía un grupo de abuelas
de mis alumnos para llevar a cobrar la jubilación y un grupo de
chicos para llevar diariamente a la escuela. Era la época en que
estaba solo la Escuela 38 y había alumnos de las viviendas de Plaza
que no tenían manera de llegar solitos. El llevarlos era todo un
placer porque cantábamos y me esperaban con ansiedad. Las mamás
contentas que me los entregaban en la puerta de su casa y a la hora
indicada se los devolvía. Enseguida se sumaron abuelas que iban al
recién inaugurado Hogar Tarariras solo de día. Gente especial que
serán un capítulo aparte más adelante. También gente de campaña
que hacía sus surtidos mensuales o usaban el remise cuando rompían
la moto. Cuando quise acordar estaba todo el día llevando y trayendo
personas conocidas.
Ser remisera no es fácil; no es fácil
porque debe apoyar toda la familia. Mi hijo menor me atendía el
teléfono desde los 4 años y me pasaba los viajes por radio sin
equivocarse (salvo algunas excepciones). Hay que estar las 24 horas y
siempre es imprescindible brindar una sonrisa para que el pasajero se
sienta cómodo. Me gustó siempre brindar este servicio, me sentí
útil desde el primer día. Saber que gracias al remise no faltaban a
la escuela, cobraban los abuelos (solo en BPS), hacían los surtidos
o se trasladaban para ser atendidos por su médico, era muy
gratificante.
En realidad llegué por elección y
continué porque me adoptaron los pobladores de Tarariras. Los
prejuicios que genera ver una mujer al volante, nunca me afectaron.
Es el precio que debí pagar por ser la primer remisera en ciudad
pequeña. Los primeros viajes a Montevideo fueron con algunos miedos
pero después me acostumbré y fue una parte más de mi trabajo.
Siempre disfruté de la compañía de la gente, inclusive a mi
clientela le decía que eran -y son- todos especiales.
En el próximo encuentro comenzaré con
anécdotas. Nos reencontraremos, si ustedes lo creen posible.
Por: Raquel Oudri de
Allio.
Publicado
por Periódico VERDAD el 18 de setiembre de 2007.