Hola mis queridos coterráneos, soy
Milton Avondet, nací en la antigua Joaquín Suárez y desde San
Pablo en Brasil, donde vivo hace más de 25 años quiero enviar un
abrazo enorme y contarles algunas cosas de la historia del Cine Rex.
Para muchos hoy en día que no lo
conocieron, el cine en el interior significaba mucho más que un
lugar que pasaba películas, era lugar de encuentros de amigos
familias y enamorados (cuantos romances y bodas) nacieron en lo
oscurito del cine.
Imagina vivir en una sociedad donde no
existía Internet, ni televisión, y en muchos barrios no había luz
y no se llamaba Tarariras sino Joaquín Suárez.
Donde todos se conocían y se
saludaban, donde las cosas eran más simples y auténticas.
En este época nació el cine Rex
cuando Uruguay era todavía campeón del mundo.
Construído por La familia Ale, después
de 2 años fue adquirido por el empresario Teófilo Avondet (mi
padre) y con su familia comenzó a dirigirlo.
Yo me crié dentro del cine y ya desde
chiquito participaba de sus actividades junto a mi familia.
Me comentaba gente grande de aquella
época, que mi padre cuando se alejaba de la portería por alguna
razón yo me quedaba en su lugar y como no llegaba a la altura de los
clientes los aseguraba por los pantalones o polleras o lo que fuera
en la entrada para que no entrasen sin darme las entradas.
Una de las cosas que me gustaba era
trabajar de acomodador con una linternita pequeña cuando se apagaba
la luz, donde ganaba monedas caramelos y una vez gané una flauta
pequeña de propina.
La historia de Tarariras pasaba por el
Hall de entrada del cine con funciones los martes, jueves sábados
domingos a la Matinee (siempre lleno) y domingos de noche.
Mi padre Teófilo me contaba que en
una de esas matinees , unos chicos de una familia de gitanos que
pasaban a menudo por Tarariras pidieron para entrar y conocer el
cine.
En esa función pasaban una película
en blanco y negro “El monstruo de la laguna negra”.
Cuando entraron caminaron despacito por
el pasillo, deslumbrados con el tamaño de la imagen en la sala
oscura.
En ese momento el suspenso se confundía
con un silencio forzado de los espectadores anunciando algo tenebroso
que iba a suceder.
Fue cuando el monstruo saltó de las
aguas con un grito aterrador.
Sin sentarse los tres chicos comenzaron
a correr gritando hacia la puerta de salida, donde mi padre los
esperaba con la puerta abierta y hasta la calle no pararon.
El cine continúa siendo un mundo de
fantasías, donde yo me sentía casi como un vendedor de sueños.
Como decía “El Sabalero”: “lindo
haberlo vivido para poderlo contar”.
Por: Milton Avondet